Siracusa se convertiría en una ciudad muy importante para los romanos, situada en la costa Este de Sicilia, se encontraba demasiado cerca de Roma como para que su levantamiento contra la República Romana y su alianza con Cartago, el gran enemigo de Roma durante las guerras Púnicas, quedara impune.
Roma decidiría atacar la polis griega y aplastar el levantamiento, pero para su desgracia, el sitio de la ciudad se prolongaría más de lo esperado, Siracusa se revelaría como fuente de desagradables sorpresas para los romanos; Siracusa era la ciudad natal del gran matemático Arquimedes, y este pondría todo su intelecto al servicio de la guerra.
El encargado de dirigir las tropas romanas sería el general Marco Claudio Marcelo, quien en un primer intento dividió a su ejercito en dos y preparo un ataque simultaneo por tierra y por mar con la ayuda de sesenta Galeras. El despliegue por mar era impresionante para una ciudad de ese tamaño, sin embargo el optimismo romano desapreciaría rápidamente; al acercarse por mar a la costa, se les vino encima una gigantesca piedra de más de 250 kilos de peso. Al levantar la vista los romanos vieron atónitos como por el cielo volaban otras dos inmensas piedras en su dirección. Presas del pánico, sin apenas haber comenzado la batalla los romanos corrían en retirada.
Acababan de enfrentarse al primer ingenio de Arquimedes, la Catapulta.
Marcelo decidió entonces atacar de noche. Esperaba de esta manera acercarse sin ser visto a las murallas y por tanto acercarse lo suficiente a la ciudad como para evitar el ataque de las catapultas, unas armas que el esperaba estuviesen solo diseñadas para atacar a largas distancias.
Pero cual sería su sorpresa cuando desde lo alto de las murallas de Siracusa empezaron a llover sobre sus soldados toda una suerte de dardos, piedras y saetas disparadas con enorme potencia por otra nueva arma parida por Arquimedes, el Escorpión, una arma a medio camino entre la catapulta y la ballesta que debió su nombre a unas tenazas con las que agarraba los proyectiles con los que disparaba, parecidas a las del escorpión.
El cerco se estaba poniendo muy difícil para el general Marcelo, a cada nueva intentona romana correspondía una nueva y más original defensa por parte de Siracusa, tanto en armas, como en tácticas defensivas. De repente aparecían en el cielo enormes maderos que se incrustaban en las naves y las hundían sin remisión o incluso, hay documentos que mencionan, unas garras enormes de metal dispuestas sobre una especie de grúas que eran capaces de atrapar los barco, levantarlos, sacarlos del agua y estrellarlos contra las rocas.
Aquella batalla se alejaba por momentos de los sistemas de guerra tradicionales y eso hundía la moral al disciplinado ejercito romano.
Pero el gran matemático, con sus 73 años de edad, aún seguía trabajando en el interior de la ciudad y sin saber como ni por qué, los barcos romanos comenzaron a incendiarse.
Arquímedes había logrado concentrar sobre el velamen de los barcos los rayos del sol con un sistema de espejos cóncavos que eran capaces de quemar aquello sobre lo que se dirigen.
Grabado de Giulio Parigi sobre el sitio a Siracusa (1600)
Esquema de la disposición posible de los espejos a lo largo de la costa
Finalmente Siracusa cayó, y no porque los romanos consiguieran demostrar su superioridad frente a las maquinas de Aquimedes, sino porque los Siracusanos se sentían demasiado superiores y se relajaron.
Fue durante la celebración de un festival en honor a la Diosa Artemisa durante el cual una de las torres defensivas quedó desguarnecida, hecho que aprovecharon los romanos para entrar a la ciudad antes de que los habitantes pudieran reaccionar.
El General Marcelo había ordenado conservar la vida de Arquimedes, como buen romano, sabía apreciar a un buen adversario y reconocía el valor en particular de Arquimedes que podría crear nuevas armas para la República una vez la ciudad estuviese bajo el control romano. Para desgracia de todos, la orden de preservar su vida no fue respetada, uno de los soldados, según se cuenta, encontró a Arquimedes en los jardines de su casa estudiando unas figuras geométricas que había trazado en la arena y allí mismo fue donde recibió muerte no sin antes regañar al romano por pisar las figuras que él estudiaba.
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